viernes, 3 de octubre de 2025

El fuego de Felipe

Caretas, marzo 11 de 1991 

Por: Enrique Zileri Gibson (*) 

Fue al fondo de la bahía de Paracas, donde a veces vuelan bandadas de parihuanas desplegando en sus alas de colores patrios, que se realizó la breve y emotiva ceremonia. Diego Francisco Benavides dijo unas palabras con el corazón, esparció un puñado de las cenizas de su padre y el viento las arrastró hacia el mar. 

A ese paraje Felipe Benavides Barreda condujo a través de los años a incontables amigos y extraños, a ecologistas y ornitólogos visitantes, a grupos de escolares y a nietos y sobrinos, caminando sigilosamente por la playa y el arenal para observar lo más cerca posible a las decenas de especies de aves sedentarias y migratorias que se alimentan juntas allí, y para deslumbrarlos con los agrestes tesoros de la naturaleza. 

Y fue en la reserva circundante que Benavides libró tenaz brega contra mineros depredadores y municipalidades irresponsables, contra millonarios egoístas y motociclistas pitucos, pesqueras contaminantes y burócratas corruptos, políticos indolentes y toda suerte de vándalos modernos. 

Paracas sufrió agresiones serias a pesar de sus fieros esfuerzos, pero su mensaje puede haber cuajado profundamente. 

Presentes, con otras autoridades, estaba este viernes en Paracas el alcalde del distrito, Alberto Tataje Muñoz, quien condecoró póstumamente al ilustre luchador y se comprometió a cuidar la reserva y velar por su integridad. Hubo además desfile y discursos. Tataje marca un cambio radical con la actitud de sus antecesores, algunos de los cuales querían urbanizar precisamente el recodo de los flamencos, el que queda al pie del milenario sitio arqueológico. 

Un burgomaestre anterior hasta colocó parihuanas de cemento frente al hostal de su propiedad, en homenaje al “desarrollo” y en previsión a la desaparición de las aves de carne y vuelo (Caretas 922).

El mensaje de Felipe Benavides, sin embargo, fue apreciado mucho antes por los comuneros de Lucanas, quienes fueron sus aliados en el salvamiento inicial de la vicuña. Y en Paracas estuvo también representándolos Salvador Herrera Rojas, quien se llevó parte de las cenizas para colocarlas en una cripta de la Reserva Nacional Pampa Galeras. 

La urna con los restos de Benavides llegó el miércoles, acompañada, desde Londres, por su esposa Marie Louise Norlander y por Diego Francisco. 

Hace 27 años Felipe y Marie Luise sembraron dos buganvillas en el Parque de Las Leyendas, y fue allí donde los trabajadores y miembros del patronato del zoológico encabezados por el embajador Augusto Dammert León le tributaron un primer homenaje póstumo. Tres semanas antes, en gesto deplorable, el gobierno había despojado a Benavides de la presidencia del patronato. Abrumado por la coyuntura, su sucesor renunció a los tres días. 

Pero para Felipe Benavides, un hombre que fue hecho de pasión y fuego, tanto el Parque de Las Leyendas como Paracas y Pampa Galeras fueron campos de batalla. También Londres, donde permaneció durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Por eso fue en el Cementerio Británico donde el domingo, rodeado de sus muchos amigos, se le dio cristiana sepultura. Y es, en verdad, justo que así sus cenizas estén repartidas en varios confines del país.

(*) Periodista, director de la revista Caretas, Doctor Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica del Perú y expresidente del Instituto Internacional de Prensa y del Consejo de la Prensa Peruana.

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