viernes, 3 de octubre de 2025

Felipe Benavides Barreda

La Primera, abril 9 de 2012. 

Por: Áureo Sotelo Huerta (*) 

Felipe Benavides Barreda, hijo del embajador Alfredo Benavides Diez Canseco y Carmen Barrera Bolívar, nació en Miraflores el 7 de agosto de 1917. Estudió primaria en Francia, la secundaria en el Perú y la superior en Gran Bretaña. En 1945 fue nombrado cónsul en New York, regresando al país en 1952. 

Ballenas: el enfrentamiento con Aristóteles Onassis. Desde su regreso inició una campaña contra la depredación de la ballena por la flota pesquera del millonario Aristóteles Onassis, a quien lo enfrento en nuestras 200 millas. 

Defensa de la ballena azul. Esta campaña continuó en 1966, logrado un acuerdo mundial para la veda de la ballena por diez años, porque estaba en vías de extinción. 

Fue creador del Parque de Las Leyendas de Lima. Por el año 1963, Lima tenía un crecimiento demográfico acelerado; cuando subió al poder el presidente Fernando Belaunde, Benavides presentó el proyecto, aprobándose de inmediato en un área de 120 hectáreas. 

Las vicuñas y la Reserva Nacional Pampa Galeras. Conocedor del problema de la extinción de la vicuña, convenció al jefe de Estado para que en 1967 se inaugure esta reserva nacional, con el apoyo de la comunidad campesina de Lucanas. Logró patentar la marca “Vicuñandes-Perú” para la fabricación de las telas provenientes de la esquila de la vicuña. Era presidente de la Sociedad Zoológica del Perú y del Frente Ecológico Peruano. 

Parque Nacional de Cutervo. Fue creado en 1961, en una extensión de 2,500 hectáreas. Su nacimiento fue la culminación de una campaña iniciada en 1947 por el biólogo, pedagogo y escritor Salomón Vílchez Murga. 

Asimismo, la Reserva Nacional Lomas de Lachay (1977), fue creada para aprovechar la riqueza de nuestros microclimas que abundan en las lomas de nuestro litoral. Defensor de nuestra riqueza marina. Frente a las estadísticas jactanciosas de ser los primeros productores de harina de pescado en el mundo, decía: “Oro hoy pero mañana habrá hambre”. 

El Parque Nacional del Manu, en los departamentos de Cusco y Madre de Dios, fue creado con el apoyo de su amigo el ornitólogo cusqueño Celestino Kalinowski Villamonte en 1973. Las gestiones empezaron cuando era presidente del Patronato de Parques Nacionales y Zonales (Parnaz). 

La Reserva Nacional de Paracas (1975), se fundó para la protección del lobo de mar que estaba en proceso de extinción ya que los crueles cazadores mataban a los lobeznos de solo dos o tres meses, dejándolos vivos y si la madre acudía en su defensa, le pinchaban el ojo. Investigó la deforestación del Bosque Nacional Alexander Von Humboldt (Pucallpa). También, encargó su estudió de esta problemática a Bárbara d’Achille, quien sería cruelmente asesinada por Sendero Luminoso en 1989. 

Promovió los estudios que determinaron la creación de la Reserva Nacional Pacaya Samiria (1972). Actualmente está amenazada porque en sus alrededores abunda el gas y el petróleo. 

Fue ganador del premio “J. Paul Getty” (1974), una especie de nobel en el campo del conservacionismo, por ser “responsable de muchos avances en la conservación en el Perú y América Latina”. Los 50 mil dólares del premio los destinó a la creación del Instituto Paracas. 

El final: odiado por los perversos de siempre, generó envidias entre los mediocres. Finalmente, Alberto Fujimori lo cesó del cargo de presidente del Consejo Directivo del Patronato del Parque de Las Leyendas el 18 de enero de 1991; falleció el 21 de febrero de ese mismo año. Cuando murió, las vicuñas, los lobos y ballenas lloraron y le rindieron un minuto de silencio, porque ellos y todos los animales del planeta no tienen voz ni voto. 

(*) Docente, periodista, investigador, narrador, compositor, escritor y exdirector de teatro de la Universidad Ricardo Palma. Ganador de premios en el ámbito cultural a nivel nacional e internacional.

La vigencia de Felipe Benavides

La República, febrero 20 de 1997 

Por: Leonor Saúd Castillo (*) 

A los seis años de la desaparición de un personaje de la dimensión de Felipe Benavides considero un privilegio poder recordarlo a través de estas líneas. 

Felipe era nuestro Norte. En realidad, durante 40 años, fue el Norte de toda la conservación ambiental en el país. Sin su infatigable personalidad, sin su pensamiento, siempre de avanzada, sin esa vitalidad contagiosa y movilizadora, sería muy difícil seguir su camino. Es por esto que debemos tenerlo siempre claro, nítido, preciso entre nosotros y, por ningún motivo, confinarlo al pasado con sensiblerías póstumas qué, dado su carácter, solo lo hubiesen incomodado. Además, su pensamiento y sus constantes propuestas tienen una vigencia permanente que debemos asumir como un compromiso grande e ineludible. 

La tarea de Felipe, para muchos, pudo parecer una empresa romántica, quijotesca. No fue, ni es así. La conservación en el Perú es dramática y muchas veces decepcionante. Felipe la entendía así y la vivía obstinadamente, con entrega, con amor y una profunda comprensión de sus posibilidades. 

Es muy difícil decir no toquen esto, no extraigan de aquí o de allá, cuando sus necesidades primarias las tienes cubiertas por varias generaciones. Es por esto que salvar de la extinción una especie valiosa, por la riqueza de su lana, como la vicuña, fuente de millones de divisas para esos mismos niños que mueren de desnutrición, es un hecho con un profundo sentido social y humano. Cuántas veces lo oí decir: “Es inconcebible que la lana más fina y valiosa del mundo, exista junto a un pueblo tan pobre y no se utilice en su beneficio”. 

Recordar a Felipe y no hacer mención a las comunidades campesinas sería algo que no me perdonaría. Tuvo una profunda admiración por el hombre andino al que ayudó permanentemente. “El comunero es lo mejor que tiene el Perú, solía decir, es gente organizada, trabajadora, saben escoger a sus autoridades, no se dejan engañar. A ellos no les interesa nada más que no sean los legítimos derechos de sus comunidades. Me honro en ser presidente honorario de la comunidad de Lucanas”. 

Lo vi luchar arduamente por estos derechos. Si no logró más, ellos comprendieron que fue por la mezquindad de algunos, la avaricia de otros y por la poca visión de los gobiernos que hasta ahora siguen sin querer ver cómo se desangra, día a día, a manos de cazadores furtivos, la riqueza que podría impulsar y llevar esperanza a esa gente, hastiada de ofrecimientos y promesas incumplidas. Esta indolencia, estas incomprensiones, si bien lo enfurecían, en el fondo, tenía la tranquilidad que brota de la convicción absoluta de que quienes debían entender, ya lo habían hecho. Y que, por último, y al final de todo, son las comunidades con su ancestral sabiduría de quienes depende el futuro de la vicuña. 

A lo largo de su vida enfrentó el ataque inferior y poco varonil de sus adversarios, quienes solo lograron evidenciar más la fortaleza moral y la ética de Felipe y, además, el temor que le tenían. Ese miedo que infunde la verdad cuando el engaño y la mentira quieren seguir dominando. 

Quienes sabotearon, mintieron, obstaculizaron, desesperaron inútilmente, ya que el destino de los pueblos y el de sus defensores está escrito por encima de sus débiles y perniciosas voluntades, por encima de cualquier verdad, de cualquier mentira. 

He querido recordarlo hoy, como lo hago siempre, con fuerza, con optimismo, con alegría, con admiración y cariño, sin rezongos lastimosos, como a él le hubiera gustado ser recordado. Lo que yo le debo a Felipe Benavides está más allá de toda evaluación. Este pequeño tributo, escrito al vaivén desordenado de mis recuerdos, plagados de fallas y redundancias conceptuales, va para él, que me consentía y me perdonaba todo. Va con mi amistad imperecedera y con algo que en nuestras largas, y ahora tan añoradas conversaciones, pocas veces le dije la gratitud que siento por esa constancia inquebrantable, por esa fuerza de espíritu, por haberme permitido serle útil y, a través de él, aprender a querer más al Perú, por haber contribuido a renovar en mí, como en mucha gente, la fe y esperanza que todavía hay en el mundo, además de la “libertad y la honra”, causas nobles como la suya, ahora nuestra, en las que se puede y debe destinar la vida entera. 

(*) Empresaria, conservacionista, exdirector del Centro de Rescate de Especies en Extinción de la Sociedad Zoológica del Perú y presidente de la Sociedad Zoológica del Perú.

El ejemplo de un gran peruano

El Comercio, marzo 19 de 1991 

Por: Raúl Morey Menacho (*) 

Felipe Benavides Barreda, el peruano más aplaudido y prestigiado internacionalmente después de Javier Pérez de Cuéllar, murió sorpresivamente de cáncer en Londres, tras muchos años de lucha en la conservación y defensa de la naturaleza y la ecología peruana. 

Brillante orador y mejor pluma, con recia personalidad, puso su verbo, talento y vida al servicio de este noble ideal. Inteligente y directo en su defensa y ataque, no perdonaba mentiras, bajezas o falacias de quienes ocultaban intereses soterrados, denunciando a “falsos ecologistas” con palabras de fuego y agudeza de estilete. Esta actitud ética la tuvo como norma de vida llevada con apasionamiento y a veces enfurecimiento, ganándose entrañable amigos e implacables adversarios. 

Educado en Londres en plena Segunda Guerra Mundial en colegios exclusivos para la nobleza, conoció desde joven el peligro de los devastadores bombardeos nazis, forjándose un carácter enérgico y espíritu de lucha. Vivió con esplendidez, siendo primero diplomático, pero su vocación naturalista lo decidió a consagrarse a esta defensa, conocedor de la riqueza que se depredaba aceleradamente en su patria. Desde entonces el resto de su vida fue una guerra sin cuartel, organizando instituciones protectoras, promocionando leyes y a quien fuere. Para comprenderlo es necesario conocer algo de “el hombre y sus circunstancias”. 

Un hecho insólito ocurrido hace 30 años lo pinta de cuerpo entero. En una céntrica calle de Londres, una prestigiosa tienda vendía tejidos hechos con lana de vicuñas peruanas a 1,500 dólares la yarda, cuya procedencia sabía que era clandestina. Increpó al vendedor de tal comercialización estaba prohibida internacionalmente, más al no hacerle caso, premunido de un bastón, rompió con gran escándalo las vitrinas de la tienda llamando a grandes voces a la policía para apresar al propietario. La noticia se publicó en primera plana de los diarios londinenses, sorprendidos por la forma como nuestro compatriota defendía la vicuña. Más, logró su objetivo: decomisarse la mercadería y sancionarse al infractor. Narraba así, festivamente, que jamás pagó con mayor beneplácito los daños causados al local y la simbólica multa impuesta por “perturbar el orden sin autorización municipal”. 

Es indudables que uno de los mayores méritos en su campaña en los 50 años dedicados en defensa de la vicuña, que estuvo al borde de la extinción como especie. Con una donación europea creó la Reserva Nacional Pampa Galeras y después la Reserva Nacional de Salinas y Aguada Blanca en Arequipa; logrando, finalmente, inscribir en la Convención Internacional sobre el Comercio de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) que solo bajo la sigla “Vicuñandes”, seguido del país de origen, se confeccionaran telas, por los países andinos, obtenidas mediante esquilas controladas. 

Pero, esta tarea no le fue fácil. Su intransigencia ante todo lo mediocre o autoridades faltas de ética era conocida. Cuando los directores del Proyecto Especial de Utilización Racional de la Vicuña del Ministerio de Agricultura decretaron la muerte (saca) de 8,045 vicuñas en Pampa Galeras por “sobrepoblación”, sin fundamento técnico alguno ni conteo de la población real de auquénidos, exterminándolas en forma irracional y cruel, incluyendo a ejemplares preñados, motivó un violento enfrentamiento público con Benavides. 

Éste afirmó que tales vicuñas podían ser trasladadas a otro lugar, la reserva de Aguada Blanca, sin dificultad, probando después que era posible, denunció paralelamente que aquello que movía en el fondo era el interés por las pieles y lanas. Indignado por la consumación de esos hechos y como apoderado de la comunidad campesina de Lucanas (Pampa Galeras) y el apoyo del Frente Ecológico Peruano, inició un juicio penal contra el responsable directo, resultando sentenciado tras cinco años de juicio con un año de prisión condicional y pago de multa de cinco millones de soles, por los delitos en contra de los Derechos de Función y Profesionales. Es a partir de este entredicho y juicio iniciado en 1980, que Felipe Benavides tuvo que soportar luego una guerra sucia, llena de calumnias y acusaciones, que no eran sino patrañas sin pruebas de nada. Pensarse que actuaba por intereses personales era no conocerlo, inconducta que solo existe en la imaginación de sus detractores. 

Pero, allí no termina esta lucha. Si algo lo caracterizó era su coraje para enfrentarse directamente a las falsas fundaciones ecologistas, denunciándolas no solo nacionalmente sino en el plazo internacional, trabando sus propósitos. Aún está presente el tinglado de calumnias presentada por malos peruanos en la Sexta Conferencia Anual de la Cites (Canadá, 1987), sobre cambiar a la vicuña del apéndice uno (de reserva bajo control) al apéndice dos (de exportación libre) repartiéndose panfletos acusándolo de interés en esa lana. 

El doctor Ian MacPhail, escocés de gran renombre, indignado por tales calumnias, contó que pretendieron sobornarlo para “comprar su voto”, al que le siguieron las declaraciones de otros asistentes en el mismo sentido, terminando el congreso con el voto unánime de los 96 países, de respaldo y ovacionándolo. Se le calificó de portaestandarte de la “moralidad de los ecologistas” y de la “ética ambiental”. Una torpe maniobra se transformó en el mayor reconocimiento mundial a su persona. 

Felipe Benavides está ya en la historia del país. Al ganar el premio J. Paul Getty en 1975, presentado por un grupo de amigos con 525 candidatos auspiciados por sus gobiernos, destinó el íntegro del premio a una fundación para el estudio del ecosistema de Paracas. Llegó a adquirir tal conocimiento del conservacionismo del globo y del Perú en especial, como el más calificado experto, razón por la cual fue invitado por la Academia de Ciencias de Moscú, universidades de Oxford, Cambridge, etc., incluso por el Congreso de los Estados Unidos, recibiendo doctorados, títulos y condecoraciones. Silenciosamente investigó en el Parque de Las Leyendas el comportamiento de la vicuña en cautiverio, logrando por selección natural y alimentación adecuada en la tercera generación, lana más larga y bella, contradiciendo todo lo escrito al respecto. 

Sin embargo, por cruel ironía de la vida, se le destituye sin mayores contemplaciones de la presidencia del Patronato del Parque de Las Leyendas que fue creación suya, cuando precisamente estaba defendiendo los intereses peruanos en Europa, cercano ya su fin; esto fue un éxito de sus enemigos. Al igual que el embajador Javier Pérez Cuéllar, que fue vetado por el Senado de la República en 1981 para representar al Perú, y fuera elevado al más alto sitial del globo en las Naciones Unidas, hoy Benavides es exaltado internacionalmente como el gran luchador por la conservación y ética ecológica. Triste destino de nuestros grandes hombres que tienen en su propia patria sus más encarnizados y astutos detractores. 

Hoy Felipe Benavides descansa en paz. Nació con una gran vocación que la cumplió a cabalidad. Murió en la única forma en que era posible, con integridad y bonhomía, defendiendo su patria, preocupado y dolido por el Perú y de que su obra no fuese continuada. Nos ha dejado un legado ético y de trabajos que una legión cada vez más numerosa de idealistas recoge, tomando la posta y su mensaje. Solo que decir: gracias Felipe por tu ejemplo. 

(*) Arquitecto, catedrático de la Universidad Nacional de Ingeniería, conservacionista, exsecretario de la Junta Deliberante Metropolitana de Lima e integrante del Frente Ecológico Peruano.

El fuego de Felipe

Caretas, marzo 11 de 1991 

Por: Enrique Zileri Gibson (*) 

Fue al fondo de la bahía de Paracas, donde a veces vuelan bandadas de parihuanas desplegando en sus alas de colores patrios, que se realizó la breve y emotiva ceremonia. Diego Francisco Benavides dijo unas palabras con el corazón, esparció un puñado de las cenizas de su padre y el viento las arrastró hacia el mar. 

A ese paraje Felipe Benavides Barreda condujo a través de los años a incontables amigos y extraños, a ecologistas y ornitólogos visitantes, a grupos de escolares y a nietos y sobrinos, caminando sigilosamente por la playa y el arenal para observar lo más cerca posible a las decenas de especies de aves sedentarias y migratorias que se alimentan juntas allí, y para deslumbrarlos con los agrestes tesoros de la naturaleza. 

Y fue en la reserva circundante que Benavides libró tenaz brega contra mineros depredadores y municipalidades irresponsables, contra millonarios egoístas y motociclistas pitucos, pesqueras contaminantes y burócratas corruptos, políticos indolentes y toda suerte de vándalos modernos. 

Paracas sufrió agresiones serias a pesar de sus fieros esfuerzos, pero su mensaje puede haber cuajado profundamente. 

Presentes, con otras autoridades, estaba este viernes en Paracas el alcalde del distrito, Alberto Tataje Muñoz, quien condecoró póstumamente al ilustre luchador y se comprometió a cuidar la reserva y velar por su integridad. Hubo además desfile y discursos. Tataje marca un cambio radical con la actitud de sus antecesores, algunos de los cuales querían urbanizar precisamente el recodo de los flamencos, el que queda al pie del milenario sitio arqueológico. 

Un burgomaestre anterior hasta colocó parihuanas de cemento frente al hostal de su propiedad, en homenaje al “desarrollo” y en previsión a la desaparición de las aves de carne y vuelo (Caretas 922).

El mensaje de Felipe Benavides, sin embargo, fue apreciado mucho antes por los comuneros de Lucanas, quienes fueron sus aliados en el salvamiento inicial de la vicuña. Y en Paracas estuvo también representándolos Salvador Herrera Rojas, quien se llevó parte de las cenizas para colocarlas en una cripta de la Reserva Nacional Pampa Galeras. 

La urna con los restos de Benavides llegó el miércoles, acompañada, desde Londres, por su esposa Marie Louise Norlander y por Diego Francisco. 

Hace 27 años Felipe y Marie Luise sembraron dos buganvillas en el Parque de Las Leyendas, y fue allí donde los trabajadores y miembros del patronato del zoológico encabezados por el embajador Augusto Dammert León le tributaron un primer homenaje póstumo. Tres semanas antes, en gesto deplorable, el gobierno había despojado a Benavides de la presidencia del patronato. Abrumado por la coyuntura, su sucesor renunció a los tres días. 

Pero para Felipe Benavides, un hombre que fue hecho de pasión y fuego, tanto el Parque de Las Leyendas como Paracas y Pampa Galeras fueron campos de batalla. También Londres, donde permaneció durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Por eso fue en el Cementerio Británico donde el domingo, rodeado de sus muchos amigos, se le dio cristiana sepultura. Y es, en verdad, justo que así sus cenizas estén repartidas en varios confines del país.

(*) Periodista, director de la revista Caretas, Doctor Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica del Perú y expresidente del Instituto Internacional de Prensa y del Consejo de la Prensa Peruana.

De puro romántico

Caretas, febrero 25 de 1991 

Por: Jorge Benavides Corbacho (*) 

Escribo esta nota la noche del jueves 21 de febrero. En la mañana, en Londres, cerró sus ojos para siempre Felipe Benavides Barreda. Me siento abatido por el pesar. No puede ser que Felipe se aleje -sin retorno- de sus amadas vicuñas, del Parque de Las Leyendas que él levantó cuando era un árbol caído, de Paracas cuya preciosa reserva defendía a capa y espada. 

Y es que la espada de Felipe, empuñada con coraje y sin temerle a nada ni a nadie, era usada exclusivamente en defensa de las mejores causas en el noble marco de la preservación de los recursos naturales del Perú. Las críticas malsanas le resbalaban. No es necesario enumerar sus logros, sus aciertos. ¿Quién -en el Perú y fuera del Perú- no los conocen? Felipe era un lujo de ecologista. No era una persona común. Tenía su propia y bien marca personalidad. Era cautivando, explosivo y también tierno. Enamorado fervoroso de la naturaleza y de los animales, no resultaba difícil percibir en su personalidad la presencia de altísimos ideales. De puro romántico, dedicaba a tiempo completo todos sus esfuerzos, toda su energía, toda su capacidad, al descomunal trabajo que desinteresadamente (en lo económico) cumplía. 

Me ha dicho telefónicamente un amigo de Expreso que mañana salen con el siguiente titular: “Hoy es el día en que lloran las vicuñas”. ¡Qué bella, qué emotiva frase! 

En la casa rosada de Felipe en Surco, con monos descolgándose en libertad por el jardín, le agradaba particularmente mostrar a sus amigos un óleo extraordinario de Rugendas: La Plaza Mayor de Lima. Palpita en ese cuadro lo que era nuestra Plaza de Armas en 1843.  Se ponía a hablar, -moviendo los brazos y brillándole la mirada- de Lima, de esa Lima que se fue. El Perú entraba a raudales y en todas las formas a su espíritu, estaba casado con una exquisita y acaudalada dama sueca: María Luisa Norlander. Se conocieron un día de intensa nevada en Estocolmo, cuando Felipe ejercía la diplomacia. ¿Lo hacía bien? Espléndidamente. El rey lo tuteaba. Como lo tuteaba en Londres Felipe de Edimburgo. Las amistades y contactos de Felipe en el extranjero tenían un peso de oro. Trajo al Perú, representando a Wimpey de Gran Bretaña, varias e importantes obras. 

Un notable reconocimiento a lo que había hecho y hacía Felipe Benavides Barreda fue el otorgamiento del famoso premio Paul Getty, consistente en 50 mil dólares. Dólares que Felipe donó al Instituto Paracas, vinculado a asuntos del mar. ¡Vaya desprendimiento! 

Esta nota es esencialmente de cariño, de lealtad y de homenaje. Nota breve, sin pretensiones, sin lo mucho y bueno que merece decirse sobre Felipe. La he escrito al borde de la medianoche, nublado por la pena, pero deseoso de no callarme ante una humanidad tan entrañablemente querida y tan selecta. ¡Flor de humanidad! Todo un señor. Limpio en la conducta. Intachable. 

No quiero terminar sin mencionar antes que, entre las numerosas condecoraciones recibidas, Felipe tenía -sin esconderla- una preferida: Cruz Peruana al Mérito Naval. Que se abran para ti, Felipe, las puertas del cielo. 

(*) Periodista, intelectual, empresario, exfuncionario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y condecorado con la Orden Nacional de la Legión de Honor (Francia).

Carta abierta a Felipe Benavides

Expreso, febrero 23 de 1991 

Por: Manuel Ulloa Elías (*) 

Querido Felipe, 

Me acabo de enterar, con inmensa tristeza, de que has emprendido el largo y solitario viaje que te llevará a la paz y a la plenitud de la inmortalidad. 

Tus amigos de siempre, sacudidos de dolor y nostalgia, hubiéramos querido estar a tu lado para tomarte la mano, apretándola fuerte, y para que sintieras la ternura, admiración y afecto que tenemos por ti, y la inspiración que tu vida ejemplar ha sido para nosotros, para los peruanos y los que te conocían fuera del país. 

Tú eres de los seres humanos que, siendo amigos desde nuestra juventud, más inspiración le dieron a mi amor por nuestra tierra, sus bellezas, sus animales y plantas, a las que dedicaste tu vida. 

Por circunstancias familiares, por tu talento y simpatía, por el coraje y aventura de tu carácter pudiste haber escogido, fácilmente, otros caminos más cómodos y halagüeños. El que has seguido lo abriste tú y su huella seguirá siempre; y lo recorriste batallando y en lucha permanente con la incomprensión, los interese creados; la mezquindad, envidia y cobardía de aquellos que siempre acechan en la oscuridad para apagar las luces que nuestro pueblo y el mundo necesitan para guiarlos. 

Contigo he recorrido una buena parte del Perú y me enseñaste a descubrir parte de sus tesoros que no conocía cuando lo hicimos juntos: la Reserva de Paracas, el Manu, Pampa Galeras, las islas guaneras, la selva; sus árboles, plantas, flores, ballenas y peces de nuestro maravilloso mar y, especialmente, la gloria de la vicuña y sus primas, las alpacas; a los que dedicaste tu vida para salvarlos y alentar su desarrollo. 

El Parque de Las Leyendas fue tu inspiración y refugio, y la ventana a través de la cual niños, mujeres, hombres -jóvenes y ancianos, peruanos y extranjeros- conocieron y amaron las riquezas de esta tierra. 

Tu propia casa era tan bella, imagen y semejanza de tu vida y la de tu familia, que nunca la olvidaré. Ahora la tengo prendida en mi retina. 

En los últimos días de tu vida debes haber sentido cómo el Perú profundo te amaba y respetaba. La mezquindad y cobardía de tus adversarios trató de herirte desplazándote, en tu ausencia, de la presidencia del Patronato del Parque de Las Leyendas y el gobierno se prestó inexplicable y penosamente a este infeliz y estéril ataque. Tus amigos y los que te conocen abrieron fuego contra ellos. Ya estamos hartos, y decididos a luchar contra tanta bajeza y corrupción. 

Tu nombre y tu honor están al tope del mástil del Perú y seguirás siendo siempre presidente del Parque de Las Leyendas; y leyenda de tu patria. 

Gracias, Felipe; un abrazo lleno de ternura a la compañera de tu vida y luchas, María Luisa, y a la ilusión de tus ojos: tu hijo. 

Nos volveremos a ver y me guardo para entonces el estrecho abrazo que ahora quisiera darte. 

Manuel. 

(*) Abogado, político, senador, presidente del Directorio de Editora Nacional S. A., exministro de Economía, expresidente del Consejo de Ministros y expresidente del Instituto de Arte Contemporáneo.

De pica, de rabia y pena

Expreso, febrero 22 de 1991 

Por: Manuel D’ Ornellas Suárez (*) 

No debe ser cierto que Felipe Benavides Barreda expiró ayer de un cáncer, que lo mató un tumor insidioso en esa fría mañana de Londres. El defensor y creador del Parque de Las Leyendas, el abogado de ballenas, vicuñas y delfines, murió más criollamente “de pica, de rabia y pena”, como en el vals de Cavagnaro. 

A Felipe Benavides lo fulminó la ingratitud, la malacrianza, la desconsideración. Se pasó una vida luchando por sus ideales, por sus proyectos, por sus realizaciones, y de golpe y porrazo un gobierno ignaro lo cesó en el cargo del Parque de Las Leyendas. Así nomás, como si nada. 

Felipe Benavides y Laos, un pariente de Benavides que fue connotado político a comienzos del siglo y durante más de una década embajador del Perú en la Argentina, decía -mordaz- que Lima es el “paraíso de la envidia”. Felipe lo ha podido comprobar en estos días, cuando no solamente debió sufrir la bocetada de este injustificable cese burocrático, sino también padecer los picotazos de quienes trataron de ensañarse con él luego de su caída. 

Ahí están cartas y declaraciones de quienes crearon, por celos envidiosos, el ambiente para su defenestración. No contentos con haberlo sacado de la administración pública -donde no cobraba un centavo, por cierto-, se ensañaron también después con su persona. Ni siquiera en ese momento de mezquino triunfo, esas personas exhibieron una sombra de grandeza. 

Desde luego, era muy fácil detestar, como ellos a Felipe Benavides Barreda. Porque tenía un carácter endemoniado, en primer lugar, y porque no transigía -sobre todo- con la mediocridad y la sinvergüencería. Perfeccionista pero además atrabiliario, un hombre así tenía que contar con más enemigos que amigos. En especial acá, donde la mazamorra se espesa con la envidia. 

En el fondo, lo que sus detractores y perseguidores jamás le perdonaron, y por eso aceleraron su muerte, es que un hombre de linaje y fortuna, comensal de reyes y presidentes, se arremangara cotidianamente en la polvorienta Maranga y allí impidiera que el único zoológico de Lima se transmutara en un basural; que, para tal empeño, no exigiera sueldo o gastos de representación; y que -además de todo ello- Felipe Benavides Barreda fuera uno de los peruanos más conocidos a nivel mundial, precisamente por su dedicación a estos temas. 

Felipe era un servidor de la sociedad, de su país, del medio ambiente, de la naturaleza. Por sentido del deber y de la responsabilidad, como cuando trabajaba de voluntario en las ambulancias en los bombardeos en Londres durante la Segunda Guerra Mundial. El Perú, el Estado peruano, nada le dio en retribución. Ni siquiera una embajada -modesta paga- al final de su vida. 

Era un aristócrata. Acaso el único de esa especie en vías de extinción que asume la responsabilidad de servir y no la de servirse, que eso lo hacen los oligarcas. Dos cosas muy distintas, como él bien sabia. 

(*) Abogado, periodista y director del diario Expreso. Fue considerado por cinco años consecutivos (1990-1995) como el periodista más influyente a nivel nacional, según la revista Debate, del Grupo Apoyo.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Paracas, remembranzas 50 años después

Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*) 

Con ocasión de conmemorarse cinco décadas de la creación de la excepcional y majestuosa Reserva Nacional de Paracas (Pisco, Ica), el 25 de setiembre de 1975, quiero compartir mis reminiscencia y reflexiones sobre este invaluable escenario histórico, cultural y ambiental que está enlazado con mi incursión en la conservación del patrimonio natural del país. 

Sus desiertos albergan imborrables episodios de nuestra historia. Acogieron a la grandiosa Cultura Paracas -desarrollada entre los ríos Ica y Pisco (700 a.C. - 200 d.C.) y prodigiosamente estudiada por Julio César Tello y Federico André Engel- famosa por sus finísimas textilerías, sus avances médicos en trepanaciones craneanas y su complejo sistema de momificación de fardos funerarios envueltos en telas de algodón. Fue punto de desembarco de la misión libertadora, encabezada por José de San Martín Matorras, el 8 de setiembre de 1820 y del ejército chileno en su incursión hacia la capital peruana, durante la Guerra del Pacífico (1879-1883), el 20 de noviembre de 1880. 

Paracas, un espacio inspirador y expresivo de nuestra magna biodiversidad. Posee una muestra significativa de mamíferos y reptiles, exhibe imponentes playas y acantilados, contiene poblaciones de lobos de mar y pingüinos de Humboldt, incluye innumerables aves locales y migratorias y es impar su esplendor paisajístico. Sus afamadas Islas Ballestas, su colosal bahía y el célebre geoglifo El Candelabro, son uno de los sitios más representativos. Está incluida, desde 1992, en la lista de humedales de importancia cosmopolita de la Convención de Ramsar (1971). 

Los primeros impulsos para asegurar su cuidado se remontan a 1954, cuando el conservacionista Felipe Benavides Barreda es invitado por Bert Balshaw -quien años después sería alcalde de Pisco- con la intención de preparar un proyecto a fin de declarar como santuario la península y la bahía hasta la zona de Mendieta. Se solicitó ayuda al régimen del presidente Manuel A. Odría (1948-1956), pero esta idea interfería con los perfiles técnicos para construir un terminal marítimo en Punta Pejerrey. 

Desde la década de 1960 se gestaron las primeras acciones destinadas a la custodia de su herencia ancestral y ecológica. En el Congreso de la República, el diputado por Pisco Miguel López Cano presentó incontables normas de relevancia. A su vez, Benavides planificó erigir un área protegida respaldado en las acuciosas indagaciones del científico británico Ian Grimwood (1967), quien en su informe afirmó: “…Otro aspecto que podría proteger un parque nacional en esta área son la gran variedad de aves oceánicas que invernan en la bahía de Paracas, los flamencos y otras aves zancudas que frecuentan su extremo poco profundo, su famoso lugar arqueológico, con museo, y la enorme escultura labrada en la ladera del cerro que domina la bahía, conocida como ‘El Candelabro’”. 

Años más tarde, en su artículo “La reserva de Paracas y la ONU” (El Comercio, noviembre 2 de 1984), Felipe confirmó: “…En 1967, siendo a la sazón presidente del Patronato de Parques Nacionales y Zonales, el que escribe presentó, debidamente sustentada, una propuesta para declarar a la península de Paracas, Santuario Nacional. El presidente de la República, Arq. Fernando Belaunde Terry, la recibió con el mismo entusiasmo con el que acogió las propuestas para crear la Reserva Nacional Pampa Galeras y el Parque Nacional del Manu”. 

Nunca imaginé que este espacio costero y, especialmente, su creciente depredación, tendría una influencia determinante en mi vida. A través de las reiteradas publicaciones de la revista Caretas -de la que mi padre, Danilo Pérez Lizarzaburu era gerente general- me enteré del delicado perjuicio a su integridad debido al irracional latrocinio de la concha de abanico. Fue así como logré contactarme con el periodista Xavier Ugarriza Reyes, autor de las notas aparecidas en este medio. Me recibió con buena disposición y la plática concluyó con su aseveración: Si deseas hacer algo debes hablar con Benavides, él lidera la campaña de Paracas. Caretas solo hace eco de sus denuncias. Seguidamente me brindó su número telefónico. Semanas después lo conocí en su oficina ubicada en el Edificio Internacional, en la cuadra siete de la tradicional avenida Nicolás de Piérola, en el Centro Histórico de Lima. 

El domingo 13 de enero de 1985 apareció en el suplemento del diario Hoy mi escrito “Saqueo en Paracas”, gracias a la generosa disposición del agudo y recordado periodista Hernán Zegarra Obando. Era mi primera colaboración para un periódico de circulación masivo y recuerdo aún los aprietos para su elaboración, como también atesoro en mi memoria la inmensa emoción que sentí al verla salir a la luz. 

En aquel texto describí los luctuosos entretelones que vulneraban la intangibilidad de este entorno tan sensible de nuestra franja costera. Al respecto, cito lo expuesto: “…Es crítica la situación de la Reserva Nacional de Paracas. Desde hace tiempo atrás, el Estado, a través de la Capitanía del Puerto de Pisco, viene entregando ilegalmente lotizaciones a más de 80 empresas para la explotación y crianza de las conchas de abanico. Los criaderos están avanzando sobre la bahía, a pesar de que todo esto fue advertido hace más de dos años por los biólogos del Ministerio de Agricultura”. 

El “Fenómeno del Niño” (1983) produjo una sobreabundancia de este recurso hidrobiológico y, consecuentemente, el gobierno benefició a gremios empresariales con su usufructo ilimitado. Con el amparo oficial y el silencio cómplice de discutidas organizaciones no gubernamentales y de variados sectores políticos empezó una de los desmanes más censurables. Acciones reveladoras de la codicia y la indisimulable determinación de orientar su utilización para apoyar a una minoría económica a partir de hacer peligrar su existencia.

A los severos desórdenes de esta actividad se sumó la construcción de dos muelles -financiados por el Banco Interamericano de Desarrollo (1985)- en Lagunilla y Laguna Grande, para favorecer a los extractores de concha de abanico. Este acaecimiento sólo tiene parangón con la “fiebre del oro” en California, Estados Unidos (1849). Entre 1983 y 1987, según el disuelto Instituto de Comercio Exterior (ICE), se generaron 74 millones de dólares por su venta. Se establecieron asentamientos humanos y apostaron 5,000 pescadores, 700 embarcaciones y 800 buzos, ocasionando incalculables trastornos. Eso no es todo: el pretendido aprovechamiento de bentonita, la emisión de desechos industriales, el turismo descontrolado y la intención de alentar la pesca industrial, son ignominias que perjudican este lugar de inigualable connotación. Persisten, hasta nuestros días, las amenazas debido a sórdidas iniciativas privadas y estatales. 

Deseo evocar la perseverante contribución, durante estos oprobiosos sucesos, de Carlos Obando Llajaruna, jefe de la Reserva Nacional de Paracas (1982-1995), docente, investigador y, en tiempos recientes, decano del Colegio de Biólogos del Perú (Ica) y del senador Miguel López Cano (1980-1985), reconocido intelectual, ciudadano probo y exalcalde de Pisco. Sus innumerables iniciativas legislativas, crónicas y acciones estuvieron encaminados a su resguardo. Ambos peruanos, en su fecundo e incansable avatar, enfrentaron indiferencias, mezquindades y adversidades. No obstante, se mantuvieron estoicos en sus indeclinables convicciones. 

Con particular énfasis ha ejercido un protagonismo determinante Felipe Benavides Barreda, respetado diplomático y fogoso conservacionista. Destinó los 50 mil dólares del premio “J. Paul Getty” (1974) -cuyo jurado internacional presidió el príncipe Bernardo de Holanda- para adquirir una propiedad en la que instaló el Instituto Paracas, en la bahía del mismo nombre. Una manifestación de su firme compromiso en salvaguarda este inapreciable exponente. Fueron implacables sus denuncias mundiales, diligencias y tratativas y, por lo demás, un referente inspirador para el movimiento “verde”. A su muerte, allí se esparcieron sus cenizas (1991). 

Paracas es un símbolo de peruanidad, identidad y pertenencia, inconmensurable refugio silvestre y palpitante esplendor de la naturaleza. Comparto lo expresado por el ambientalista sueco Sven Wahlberg (1987): “…La palabra única a menudo tan usada, pero, tanto desde un punto de vista nacional e internacional, Paracas es verdaderamente única. No hay otro lugar similar en la tierra. También es de gran importancia como lugar de descanso e invernadero para la gran parte de aves costeras del hemisferio occidental. El Perú y la comunidad mundial tienen una responsabilidad y obligación de salvar Paracas para el futuro, para nuestros descendientes y nuestros semejantes”.

(*) Docente, conservacionista, consultor, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas - Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/


jueves, 21 de marzo de 2024

El Parque de Las Leyendas: 60 aniversario

Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*) 

El tradicional Parque de Las Leyendas, una de las entidades más emblemáticas de la capital, inaugurado el 20 de marzo de 1964, celebra seis décadas de fundación. Su magnífica pluralidad arqueológica, botánica y zoológica, ofrece un conjunto singular de atractivos. Es uno de los espacios más visitado del país; millones de concurrentes atesoran incontables anécdotas y remembranzas. Sin duda, está posesionado en nuestra biografía colectiva. 

A mi parecer, este representativo sitio constituye una ventana encaminada a percatarnos con detenimiento de las exuberantes manifestaciones culturales, ancestrales y ecológicas del Perú “de todas las sangres”, al que denominará el genial José María Arguedas como “hermoso, cruel y dulce, y tan lleno de significado y de promesa ilimitada”. Contemplar con espíritu reflexivo lo que brinda, contribuye a estimular el sentimiento de pertenencia. Es una forma de aprender a interpretar una nación observada con lejanía y frialdad desde su principal metrópoli. 

En su gestación participaron cuatro peruanos en particular: el jefe de Estado Fernando Belaunde Terry, el conservacionista Felipe Benavides Barreda, el edecán de la Fuerza Aérea del Perú Enrique Barreda Estrada y la secretaria del despacho presidencial Violeta Correa Miller, quienes sumaron esfuerzos y voluntades para cristalizar un sueño integrado al desarrollo de la urbe. Conciudadanos poseedores de una trayectoria íntegra, virtuosa y enaltecida por impecables credenciales morales esenciales de imitar en estos días. 

Sobre una extensión inicial de 24 hectáreas, cedidas por la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima, comenzó la cimentación de su primera etapa (1963). Se compraron 84 hectáreas a la Pontificia Universidad Católica del Perú y se aceptó la donación de tierras de las haciendas Queirolo y Conchas. En 1966, se convocó al norteamericano Robert Everly -considerado una autoridad internacional en el diseño, construcción y mantenimiento de centros botánicos y zoológicos- para elaborar el Plan Maestro. En su honor se creó, durante la presidencia de Enrique Barreto (2004-2006), la Sala “Robert Everly” en la que se exhibieron planos, maquetas, fotografías y documentación histórica de la etapa naciente del parque. Las administraciones arribadas en décadas recientes desmantelaron esta ilustrativa exposición. Eso acontece cuando prevalecen la ignorancia y la apatía. 

La relevancia del Parque de Las Leyendas no solo radica en su valor lúdico, sino en su influyente rol en la conservación de la fauna silvestre, la investigación científica, la educación ambiental y la actividad turística. Así lo aseveró Felipe Benavides, en su artículo “Función social de los zoológicos” (1971): “Casi no hay una capital o ciudad importante en el mundo que no tenga un zoológico. Los zoológicos son indiscutibles centros de unión de la familia; allí se juntan el anciano y los niños menores, promueve la salud y la felicidad del pueblo, ofreciendo, a la misma vez, una oportunidad visual de las riquezas naturales de la patria, del mundo y la forma de defenderlas. En pocas horas muestran al turista muchas de las tradiciones y bellezas que reúne el país”. 

La biodiversidad de nuestro territorio se encuentra asentado en la Zona de la Peruanidad, constituida por la costa, sierra y selva. Una amplia área en donde el visitante logra tener un vistazo regional; además de la Zona Internacional. El Jardín Botánico -cuenta con certificación internacional- y una parte significativa del Complejo Arqueológico Maranga, brindan un alcance excepcional a su recorrido. 

Asimismo, reúne un sinfín de sitios con insospechados entretelones. El Espejo de Agua es un paraje cuya portada está erigida con los adoquines de la fachada de El Panóptico (la antigua cárcel de Lima); la bolichera donada por el magnate pesquero Luis Banchero Rossi; una mina modelo que describe los procesos de la actividad minera; el bello mural en honor a San Francisco de Asís trabajado por los 25 años del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF); el atractivo Pabellón “Celestino Kalinowski” -edificado sobre la estructura metálica del stand de los Estados Unidos de la Feria Internacional del Pacífico- posee una muestra de aves disecadas por este afamado taxidermista y ornitólogo cusqueño; el bambú que puebla la selva fue trasplantado desde las tierras en donde se principió a erigió la Vía Expresa Luis Bedoya Reyes. Esto último por iniciativa de Enrique Barreto quien, además, esbozó, implementó y planificó la Zona Selva que lleva su nombre desde el 2023. 

No obstante, el Parque de Las Leyendas ha sobrellevado la negligencia y codicia proveniente de disímiles esferas. Sus terrenos originales han padecido recortes debido a graduales invasiones; negociantes inescrupulosos pretendieron su concesión y/o privatización a fin de concretar proyectos ajenos a sus objetivos; los periódicos cambios en su dirección ha impedido la continuidad del Plan Maestro; la carente percepción de quienes lo han manejado en los últimos años, ha desvirtuado sus propósitos; presidentes, directores y gerentes habidos en practicar el ignominioso “diez por ciento” de comisión y una elevada plana burocrática han mermado su economía. Esta parte de su dolorosa y vergonzosa historia solo podemos describirla -con evidencias, agudeza y sin medias tintas- quienes hemos tenido un paso honorable y digno en el liderazgo del Consejo Directivo del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. 

Anhelo que los frívolos, pusilánimes e insensibles funcionarios públicos soslayen personificar un obstáculo para su evolución. Lamentablemente los oficinistas, enquistados en confortables despachos, están apartados del quehacer cotidiano del parque y, en consecuencia, permanecen exentos e indolentes frente a sus requerimientos. Se trata de una casta de cuello y corbata incapaz de ensuciarse los zapatos caminando por sus instalaciones con la finalidad de entender la real dimensión de su cometido. Este es el testimonio de las adversidades que debí derribar, superando intrigas y titubeantes actuaciones, para hacer realidad la misión que me impuse. En tal sentido, deseo que la transparencia, la probidad y la vocación de servicio inspiren a sus autoridades. 

Mis mejores añoranzas están vinculadas a esta entidad -con la he forjado el más noble lazo emocional que pueda unirme con una institución- a la que arribé en 1984, al conocer a Felipe Benavides, ese personaje polémico, incomprendido, temperamental e impar. Fui testigo cercano de su incorregible empeño para lograr convertir el parque en una representación del Perú y, especialmente, como enfrentó y venció maniobras estatales, afanes mercantiles y la inopia imperante. Los innumerables recorridos por sus ambientes -durante tantos años- me evocan el esmero, constancia y entrega de sus artífices. 

Rindo tributo a los legítimos y abnegados artífices de su crecimiento y esplendor: sus trabajadores, a los que llevo siempre en mis vivas reminiscencias con intenso afecto y reconocimiento. Tengo hacia ellos inequívocos sentimientos de gratitud y respeto. Este monumental reducto encarna nuestra compleja identidad y ofrece la oportunidad de contemplar, atesorar y apreciar un símbolo del patrimonio de la nación “que tiene escrito en el libro de su historia, un porvenir grandioso”, como anotara Antonio Raimondi.

(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/


martes, 17 de enero de 2023

Bárbara d’Achille: Reflexiones y desmemorias

Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)

Acaba de salir a la luz “Bárbara, ¿qué ha cambiado?”, editado por el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM), del Ministerio de Cultura (Perú), como parte de proyecto “Narradores de memorias”. Un volumen acerca de la vida, trayectoria en la prensa escrita y ominosa muerte -a manos de la agrupación terrorista Sendero Luminoso (SL)- de Bárbara Bistevins Treimanis, conocida como Bárbara d’Achille. La autora es su hija Daina d’Achille Bistevins.

 “Hablar, con la rotundidad necesaria para que se escuche en todas partes y sepamos que eso no se debe repetir nunca más. Eso es también lo que la colección ‘Narradores de memorias’ del LUM pretende: dar la palabra a los que quieran confrontarnos con sus singulares memorias, con sus congojas personales y familiares, para convertirlas en historia de todos nosotros que buscamos tiempos nuevos, con memorias que no atenúen nuestras ilusiones”, aseveró su director Manuel Burga Díaz.

De allí la importancia de este encomiable esfuerzo editorial y la transcendencia del LUM como un escenario dedicado a presentar -con empatía, pluralidad, espíritu crítico y cuidadoso diseño temático- los dolorosos episodios acontecidos durante el conflicto armado interno. Es un espacio de reflexión, debate, tributo a las víctimas y de pedagogía para las nuevas generaciones; está inspirado en el deber de promover la reconciliación de una sociedad lacerada, invertebrada y colmada de apatías y desencuentros.

A través de “Bárbara, ¿qué ha cambiado?” he percibido los impactos emocionales producidos en abundantes compatriotas inmersos en la obligación de meditar, buscar respuestas e intentar aliviar su drama aún vigente. Al redactar estas líneas viene a mi remembranza el dolor de mi amigo Ibo Urbiola Sierra por la pérdida de su padre Gilbert Urbiola Valer -prefecto del departamento de Apurímac- junto con su hermano Lenny, de 12 años de edad, asesinados por SL (1987). Un ser humano íntegro, leal militante y mártir del Partido Aprista Peruano, que consagró su existencia al servicio del bien común sin miedos, ni abdicaciones y, además, dejó el ejemplo de una genuina afirmación de coraje, decencia y convicción democrática; un símbolo de la resistencia civil frente a la crueldad.

“Por eso mi propósito al testimoniar aquí es decir que sembrar y seguir persistiendo con la cultura del odio es irnos al suicidio, incluso es darle más fuerza a la posibilidad de que esto se repita, ya que el odio enceguece a las personas y no se puede percibir la realidad de nuestro país y por qué pasaron los hechos de violencia con nuestros congéneres, hermanas y hermanos, paisanas y paisanos”, dice su autoría.

Bárbara d’Achille (Letonia, 1941 – Perú, 1989) migró con su familia cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) anexó a Letonia y Lituania a sus territorios. Vivió en la Argentina y, posteriormente, llegó al Perú. Se casó con Maurizio d’Achille; residió en Pucallpa e Iquitos y en Manaos (Brasil). Según relata Daina “le gustaban las conversaciones interesantes y leía mucho: ficción, historia y cuando se aficionó más a la ecología, consultaba textos sobre el medio ambiente, a Darwin, etcétera; siempre estaba leyendo, escribiendo o pintando”.

En esta obra encuentro pasajes medulares, concernientes a su aproximación al movimiento ecologista y al periodismo, omitidos o presentados de manera imperceptible. Debo imaginar que no se han incorporado por desconocimiento, exigua indagación o escaso acercamiento a las fuentes primigenias. En tal sentido, comparto precisiones de las que he sido testigo directo y por mi acceso a la documentación respectiva.

En el pie de hoja 20 (página 52) se detalla: “…Gracias a su interés por el medio ambiente conoció a Felipe Benavides Barreda, hombre dedicado al conservacionismo en el Perú. Éste la contactó con Enrique Zileri, entonces director de la revista Caretas, y con Alejandro Miró Quesada, exdirector del diario El Comercio (El Comercio, 2017)”. Igualmente, el antropólogo y fundador de The Lima Time Nicholas Asheshov, indica en las páginas 108 y 109: “Alguien con buen ojo en El Comercio detectó su talento y energía y, si mal no recuerdo fue en el medio donde Bárbara publicó la mayoría de sus historias”. Ambas aseveraciones son incompletas y ambiguas.  

A principios de la década de 1980 se contactó con Benavides (Lima, 1917 - Londres, 1991), un renombrado peruano del siglo XX que erigió trascendentes áreas naturales protegidas como la Reserva Nacional Pampa Galeras y el Parque Nacional del Manu, entre otras; gestó, organizó y presidió el Parque de Las Leyendas; promovió la defensa global de la ballena; contribuyó a la dación de leyes para enfrentar el tráfico ilegal de especies silvestres; gestionó la cooperación económica y científica para salvar a la vicuña de la extinción; ganó el galardón “J. Paul Getty” (1974), la más alta distinción ambiental instituida por este filántropo norteamericano, etc.

Uno de sus iniciales trabajos de investigación fue el pormenorizado informe sobre la situación del Bosque Nacional Alexander Von Humboldt de Ucayali (junio, 1983) para la Asociación Pro-Defensa de la Naturaleza (Prodena) -fundada en 1973 y presidida por Felipe- en la que colaboró ad honorem al incursionar en la esfera ecologista. La segunda organización no gubernamental nacional más antigua de ecología y la primera en afiliarse a la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) y, al mismo tiempo, representó al Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en nuestro país.

Su capacidad para el periodismo motivó que este afamado personaje la recomendara con los directivos de la revista Caretas y luego del diario El Comercio, sus amigos y aliados en sus avatares en salvaguarda de la biodiversidad. Allí asumió la conducción de la página de Ecología. Benavides la asesoró, encaminó, alentó y contribuyó a su consolidación profesional. Esta descripción coincide con la versión expuesta por la destacada periodista Martha Meier Miró Quesada -quien la sucedió en la dirección de esta sección- en su artículo “Bárbara d’Achille en la memoria” (El Comercio, mayo 31 de 2013).

Más adelante, en el pie de hoja 27 (página 59) se comenta: “…Estuvo en Ottawa, cubriendo una conferencia internacional que regulaba el comercio de especies en peligro (Saravia y Wiesee, 2015)”. Al parecer, éstos autores ignoraban que se trató de la Sexta Conferencia Anual de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) -celebrada en esta ciudad canadiense- en la que el gobierno peruano presentó, a través de la delegación oficial presidida por Felipe, la petición para confeccionar telas de fibra de vicuña provenientes de la esquila de animal vivo registradas con la marca “Vicuñandes-Perú” (1987). Esta solicitud -aprobada por unanimidad- posibilitó la explotación sostenible de este valioso recurso andino e influyó en el nombramiento de Benavides como representante de América Latina y del Caribe ante el Comité Permanente de la Cites y vicepresidente de éste (1988).

No obstante, en la página de Ecología se soslayó difundir este magno episodio de indudable alcance en el manejo racional de la vicuña y de beneficio para las comunidades campesinas. En el anexo 17 (página 372) de mi libro “La saga de la vicuña” (1994) incorporo el fax de Benavides al coordinador científico de la Cites, Obdulio Menghi (Ottawa, julio 19 de 1987), que explicaría este mutismo: “La razón de mi pedido es debido a la insistente información de varios testigos de que la señora Bárbara d’Achille, está empeñada en una permanente y difamatoria campaña contra la propuesta de mi país. Esta acción se está desarrollando en las mismas salas de conferencias”. Dicha comunicación advierte su aparente proceder en perjuicio de este anhelado planteamiento que mereció respaldo mundial. Mi publicación revela, a partir de este acontecimiento, los detalles del quiebre irreversible en la vinculación entre ambos.

Durante años se ha pretendido negar, opacar o distorsionar -debido a subjetividades, rivalidades y odios- el prolífico legado de Felipe Benavides; un preclaro visionario cuya valía y dimensión histórica es imperativo evocar. Estas observaciones están imbuidas en la decisión de situar con rigurosidad sucesos inadmisibles de silenciar, lo que no significa rehuir resaltar el inestimable mérito de “Bárbara, ¿qué ha cambiado?” como una contribución enfocada a encarar una herida latente y sensible en la conciencia ciudadana.

(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/