Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Con ocasión de
conmemorarse cinco décadas de la creación de la excepcional y majestuosa Reserva
Nacional de Paracas (Pisco, Ica), el 25 de setiembre de 1975, quiero compartir
mis reminiscencia y reflexiones sobre este invaluable escenario histórico,
cultural y ambiental que está enlazado con mi incursión en la conservación del
patrimonio natural del país.
Sus desiertos albergan
imborrables episodios de nuestra historia. Acogieron a la grandiosa Cultura
Paracas -desarrollada entre los ríos Ica y Pisco (700 a.C. - 200 d.C.) y prodigiosamente
estudiada por Julio César Tello y Federico André Engel- famosa por sus finísimas
textilerías, sus avances médicos en trepanaciones craneanas y su complejo
sistema de momificación de fardos funerarios envueltos en telas de algodón. Fue
punto de desembarco de la misión libertadora, encabezada por José de San Martín
Matorras, el 8 de setiembre de 1820 y del ejército chileno en su incursión
hacia la capital peruana, durante la Guerra del Pacífico (1879-1883), el 20 de
noviembre de 1880.
Paracas, un espacio inspirador
y expresivo de nuestra magna biodiversidad. Posee una muestra significativa de
mamíferos y reptiles, exhibe imponentes playas y acantilados, contiene poblaciones
de lobos de mar y pingüinos de Humboldt, incluye innumerables aves locales y
migratorias y es impar su esplendor paisajístico. Sus afamadas Islas Ballestas,
su colosal bahía y el célebre geoglifo El Candelabro, son uno de los sitios más
representativos. Está incluida, desde 1992, en la lista de humedales de
importancia cosmopolita de la Convención de Ramsar (1971).
Los primeros impulsos
para asegurar su cuidado se remontan a 1954, cuando el conservacionista Felipe Benavides
Barreda es invitado por Bert Balshaw -quien años después sería alcalde de Pisco-
con la intención de preparar un proyecto a fin de declarar como santuario la
península y la bahía hasta la zona de Mendieta. Se solicitó ayuda al régimen del
presidente Manuel A. Odría (1948-1956), pero esta idea interfería con los perfiles
técnicos para construir un terminal marítimo en Punta Pejerrey.
Desde la década de
1960 se gestaron las primeras acciones destinadas a la custodia de su herencia
ancestral y ecológica. En el Congreso de la República, el diputado por Pisco Miguel
López Cano presentó incontables normas de relevancia. A su vez, Benavides planificó
erigir un área protegida respaldado en las acuciosas indagaciones del científico
británico Ian Grimwood (1967), quien en su informe afirmó: “…Otro aspecto que
podría proteger un parque nacional en esta área son la gran variedad de aves
oceánicas que invernan en la bahía de Paracas, los flamencos y otras aves
zancudas que frecuentan su extremo poco profundo, su famoso lugar arqueológico,
con museo, y la enorme escultura labrada en la ladera del cerro que domina la
bahía, conocida como ‘El Candelabro’”.
Años más tarde, en su
artículo “La reserva de Paracas y la ONU” (El Comercio, noviembre 2 de 1984), Felipe
confirmó: “…En 1967, siendo a la sazón presidente del Patronato de Parques
Nacionales y Zonales, el que escribe presentó, debidamente sustentada, una
propuesta para declarar a la península de Paracas, Santuario Nacional. El presidente
de la República, Arq. Fernando Belaunde Terry, la recibió con el mismo
entusiasmo con el que acogió las propuestas para crear la Reserva Nacional
Pampa Galeras y el Parque Nacional del Manu”.
Nunca imaginé que
este espacio costero y, especialmente, su creciente depredación, tendría una
influencia determinante en mi vida. A través de las reiteradas publicaciones de
la revista Caretas -de la que mi padre, Danilo Pérez Lizarzaburu era
gerente general- me enteré del delicado perjuicio a su integridad debido al irracional
latrocinio de la concha de abanico. Fue así como logré contactarme con el
periodista Xavier Ugarriza Reyes, autor de las notas aparecidas en este medio.
Me recibió con buena disposición y la plática concluyó con su aseveración: “Si deseas
hacer algo debes hablar con Benavides, él lidera la campaña de Paracas. Caretas
solo hace eco de sus denuncias”. Seguidamente me brindó su número telefónico.
Semanas después lo conocí en su oficina ubicada en el
Edificio Internacional, en la cuadra siete de la tradicional avenida Nicolás de
Piérola, en el Centro Histórico de Lima.
El domingo 13 de enero
de 1985 apareció en el suplemento del diario Hoy mi escrito “Saqueo en
Paracas”, gracias a la generosa disposición del agudo y recordado periodista
Hernán Zegarra Obando. Era mi primera colaboración para un periódico de
circulación masivo y recuerdo aún los aprietos para su elaboración, como
también atesoro en mi memoria la inmensa emoción que sentí al verla salir a la
luz.
En aquel texto describí
los luctuosos entretelones que vulneraban la intangibilidad de este entorno tan
sensible de nuestra franja costera. Al respecto, cito lo expuesto: “…Es crítica la
situación de la Reserva Nacional de Paracas. Desde hace tiempo atrás, el
Estado, a través de la Capitanía del Puerto de Pisco, viene entregando
ilegalmente lotizaciones a más de 80 empresas para la explotación y crianza de
las conchas de abanico. Los criaderos están avanzando sobre la bahía, a pesar
de que todo esto fue advertido hace más de dos años por los biólogos del
Ministerio de Agricultura”.
El “Fenómeno del Niño” (1983) produjo
una sobreabundancia de este recurso hidrobiológico y, consecuentemente, el
gobierno benefició a gremios empresariales con su usufructo ilimitado. Con el
amparo oficial y el silencio cómplice de discutidas organizaciones no
gubernamentales y de variados sectores políticos empezó una de los desmanes más
censurables. Acciones reveladoras de la codicia y la indisimulable
determinación de orientar su utilización para apoyar a una minoría económica a
partir de hacer peligrar su existencia.
A los severos desórdenes de esta
actividad se sumó la construcción de dos muelles -financiados por el Banco
Interamericano de Desarrollo (1985)- en Lagunilla y Laguna Grande, para
favorecer a los extractores de concha de abanico. Este acaecimiento sólo tiene
parangón con la “fiebre del oro” en California, Estados Unidos (1849). Entre
1983 y 1987, según el disuelto Instituto de Comercio Exterior (ICE), se
generaron 74 millones de dólares por su venta. Se establecieron asentamientos
humanos y apostaron 5,000 pescadores, 700 embarcaciones y 800 buzos,
ocasionando incalculables trastornos. Eso no es todo: el pretendido aprovechamiento
de bentonita, la emisión de desechos industriales, el turismo descontrolado y
la intención de alentar la pesca industrial, son ignominias que perjudican este
lugar de inigualable connotación. Persisten, hasta nuestros días, las amenazas
debido a sórdidas iniciativas privadas y estatales.
Deseo evocar la
perseverante contribución, durante estos oprobiosos sucesos, de Carlos Obando
Llajaruna, jefe de la Reserva Nacional de Paracas (1982-1995), docente,
investigador y, en tiempos recientes, decano del Colegio de Biólogos del Perú
(Ica) y del senador Miguel López Cano (1980-1985), reconocido intelectual,
ciudadano probo y exalcalde de Pisco. Sus innumerables iniciativas
legislativas, crónicas y acciones estuvieron encaminados a su resguardo. Ambos
peruanos, en su fecundo e incansable avatar, enfrentaron indiferencias,
mezquindades y adversidades. No obstante, se mantuvieron estoicos en sus indeclinables
convicciones.
Con particular
énfasis ha ejercido un protagonismo determinante Felipe Benavides Barreda,
respetado diplomático y fogoso conservacionista. Destinó los 50 mil dólares del premio “J. Paul Getty” (1974) -cuyo
jurado internacional presidió el príncipe Bernardo de Holanda- para adquirir
una propiedad en la que instaló el Instituto Paracas, en la bahía del mismo
nombre. Una manifestación de su firme compromiso en salvaguarda este
inapreciable exponente. Fueron implacables sus denuncias mundiales, diligencias
y tratativas y, por lo demás, un referente inspirador para el movimiento
“verde”. A su muerte, allí se esparcieron sus cenizas (1991).
Paracas es un símbolo de peruanidad, identidad
y pertenencia, inconmensurable refugio silvestre y palpitante esplendor de la
naturaleza. Comparto lo expresado por el ambientalista sueco Sven Wahlberg
(1987): “…La palabra única a menudo tan usada, pero, tanto desde un punto de
vista nacional e internacional, Paracas es verdaderamente única. No hay otro
lugar similar en la tierra. También es de gran importancia como lugar de
descanso e invernadero para la gran parte de aves costeras del hemisferio
occidental. El Perú y la comunidad mundial tienen una responsabilidad y
obligación de salvar Paracas para el futuro, para nuestros descendientes y
nuestros semejantes”.
(*) Docente, conservacionista, consultor, miembro del Instituto Vida y ex
presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas - Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/