viernes, 3 de octubre de 2025

La vigencia de Felipe Benavides

La República, febrero 20 de 1997 

Por: Leonor Saúd Castillo (*) 

A los seis años de la desaparición de un personaje de la dimensión de Felipe Benavides considero un privilegio poder recordarlo a través de estas líneas. 

Felipe era nuestro Norte. En realidad, durante 40 años, fue el Norte de toda la conservación ambiental en el país. Sin su infatigable personalidad, sin su pensamiento, siempre de avanzada, sin esa vitalidad contagiosa y movilizadora, sería muy difícil seguir su camino. Es por esto que debemos tenerlo siempre claro, nítido, preciso entre nosotros y, por ningún motivo, confinarlo al pasado con sensiblerías póstumas qué, dado su carácter, solo lo hubiesen incomodado. Además, su pensamiento y sus constantes propuestas tienen una vigencia permanente que debemos asumir como un compromiso grande e ineludible. 

La tarea de Felipe, para muchos, pudo parecer una empresa romántica, quijotesca. No fue, ni es así. La conservación en el Perú es dramática y muchas veces decepcionante. Felipe la entendía así y la vivía obstinadamente, con entrega, con amor y una profunda comprensión de sus posibilidades. 

Es muy difícil decir no toquen esto, no extraigan de aquí o de allá, cuando sus necesidades primarias las tienes cubiertas por varias generaciones. Es por esto que salvar de la extinción una especie valiosa, por la riqueza de su lana, como la vicuña, fuente de millones de divisas para esos mismos niños que mueren de desnutrición, es un hecho con un profundo sentido social y humano. Cuántas veces lo oí decir: “Es inconcebible que la lana más fina y valiosa del mundo, exista junto a un pueblo tan pobre y no se utilice en su beneficio”. 

Recordar a Felipe y no hacer mención a las comunidades campesinas sería algo que no me perdonaría. Tuvo una profunda admiración por el hombre andino al que ayudó permanentemente. “El comunero es lo mejor que tiene el Perú, solía decir, es gente organizada, trabajadora, saben escoger a sus autoridades, no se dejan engañar. A ellos no les interesa nada más que no sean los legítimos derechos de sus comunidades. Me honro en ser presidente honorario de la comunidad de Lucanas”. 

Lo vi luchar arduamente por estos derechos. Si no logró más, ellos comprendieron que fue por la mezquindad de algunos, la avaricia de otros y por la poca visión de los gobiernos que hasta ahora siguen sin querer ver cómo se desangra, día a día, a manos de cazadores furtivos, la riqueza que podría impulsar y llevar esperanza a esa gente, hastiada de ofrecimientos y promesas incumplidas. Esta indolencia, estas incomprensiones, si bien lo enfurecían, en el fondo, tenía la tranquilidad que brota de la convicción absoluta de que quienes debían entender, ya lo habían hecho. Y que, por último, y al final de todo, son las comunidades con su ancestral sabiduría de quienes depende el futuro de la vicuña. 

A lo largo de su vida enfrentó el ataque inferior y poco varonil de sus adversarios, quienes solo lograron evidenciar más la fortaleza moral y la ética de Felipe y, además, el temor que le tenían. Ese miedo que infunde la verdad cuando el engaño y la mentira quieren seguir dominando. 

Quienes sabotearon, mintieron, obstaculizaron, desesperaron inútilmente, ya que el destino de los pueblos y el de sus defensores está escrito por encima de sus débiles y perniciosas voluntades, por encima de cualquier verdad, de cualquier mentira. 

He querido recordarlo hoy, como lo hago siempre, con fuerza, con optimismo, con alegría, con admiración y cariño, sin rezongos lastimosos, como a él le hubiera gustado ser recordado. Lo que yo le debo a Felipe Benavides está más allá de toda evaluación. Este pequeño tributo, escrito al vaivén desordenado de mis recuerdos, plagados de fallas y redundancias conceptuales, va para él, que me consentía y me perdonaba todo. Va con mi amistad imperecedera y con algo que en nuestras largas, y ahora tan añoradas conversaciones, pocas veces le dije la gratitud que siento por esa constancia inquebrantable, por esa fuerza de espíritu, por haberme permitido serle útil y, a través de él, aprender a querer más al Perú, por haber contribuido a renovar en mí, como en mucha gente, la fe y esperanza que todavía hay en el mundo, además de la “libertad y la honra”, causas nobles como la suya, ahora nuestra, en las que se puede y debe destinar la vida entera. 

(*) Empresaria, conservacionista, exdirector del Centro de Rescate de Especies en Extinción de la Sociedad Zoológica del Perú y presidente de la Sociedad Zoológica del Perú.

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