viernes, 3 de octubre de 2025

De puro romántico

Caretas, febrero 25 de 1991 

Por: Jorge Benavides Corbacho (*) 

Escribo esta nota la noche del jueves 21 de febrero. En la mañana, en Londres, cerró sus ojos para siempre Felipe Benavides Barreda. Me siento abatido por el pesar. No puede ser que Felipe se aleje -sin retorno- de sus amadas vicuñas, del Parque de Las Leyendas que él levantó cuando era un árbol caído, de Paracas cuya preciosa reserva defendía a capa y espada. 

Y es que la espada de Felipe, empuñada con coraje y sin temerle a nada ni a nadie, era usada exclusivamente en defensa de las mejores causas en el noble marco de la preservación de los recursos naturales del Perú. Las críticas malsanas le resbalaban. No es necesario enumerar sus logros, sus aciertos. ¿Quién -en el Perú y fuera del Perú- no los conocen? Felipe era un lujo de ecologista. No era una persona común. Tenía su propia y bien marca personalidad. Era cautivando, explosivo y también tierno. Enamorado fervoroso de la naturaleza y de los animales, no resultaba difícil percibir en su personalidad la presencia de altísimos ideales. De puro romántico, dedicaba a tiempo completo todos sus esfuerzos, toda su energía, toda su capacidad, al descomunal trabajo que desinteresadamente (en lo económico) cumplía. 

Me ha dicho telefónicamente un amigo de Expreso que mañana salen con el siguiente titular: “Hoy es el día en que lloran las vicuñas”. ¡Qué bella, qué emotiva frase! 

En la casa rosada de Felipe en Surco, con monos descolgándose en libertad por el jardín, le agradaba particularmente mostrar a sus amigos un óleo extraordinario de Rugendas: La Plaza Mayor de Lima. Palpita en ese cuadro lo que era nuestra Plaza de Armas en 1843.  Se ponía a hablar, -moviendo los brazos y brillándole la mirada- de Lima, de esa Lima que se fue. El Perú entraba a raudales y en todas las formas a su espíritu, estaba casado con una exquisita y acaudalada dama sueca: María Luisa Norlander. Se conocieron un día de intensa nevada en Estocolmo, cuando Felipe ejercía la diplomacia. ¿Lo hacía bien? Espléndidamente. El rey lo tuteaba. Como lo tuteaba en Londres Felipe de Edimburgo. Las amistades y contactos de Felipe en el extranjero tenían un peso de oro. Trajo al Perú, representando a Wimpey de Gran Bretaña, varias e importantes obras. 

Un notable reconocimiento a lo que había hecho y hacía Felipe Benavides Barreda fue el otorgamiento del famoso premio Paul Getty, consistente en 50 mil dólares. Dólares que Felipe donó al Instituto Paracas, vinculado a asuntos del mar. ¡Vaya desprendimiento! 

Esta nota es esencialmente de cariño, de lealtad y de homenaje. Nota breve, sin pretensiones, sin lo mucho y bueno que merece decirse sobre Felipe. La he escrito al borde de la medianoche, nublado por la pena, pero deseoso de no callarme ante una humanidad tan entrañablemente querida y tan selecta. ¡Flor de humanidad! Todo un señor. Limpio en la conducta. Intachable. 

No quiero terminar sin mencionar antes que, entre las numerosas condecoraciones recibidas, Felipe tenía -sin esconderla- una preferida: Cruz Peruana al Mérito Naval. Que se abran para ti, Felipe, las puertas del cielo. 

(*) Periodista, intelectual, empresario, exfuncionario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y condecorado con la Orden Nacional de la Legión de Honor (Francia).

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