domingo, 5 de enero de 2014

Benavides, una vocación peruanista

El Comercio, marzo 12 de 1991

Por: Augusto Dammeto León (*)

Mientras gestionaba apoyo y respaldo internacional a la causa nacional de la vicuña, resguardando celosamente los intereses del Perú, procurando beneficios y compensaciones para las comunidades campesinas, para los desamparados pescadores artesanales, para los olvidados compatriotas de la selva, ha fallecido un hombre distinto de muchos.

Sus compañeros del Champagnat conocieron a un muchacho que tenía ocurrencias muy particulares, que le granjeaban la simpatía y amistad de condiscípulos igualmente mataperros. Eran los tiempos en que el venerable padre Placencia sabía atraer a sus feligreses miraflorinos, chicos y grandes, exponiéndose a que el palio procesional hiciese su solemne recorrido resbalándose de las manos juveniles o irguiéndose intempestivamente, mientras los monacillos se entrenaban para el “looping the loop” con el sahumador que manejaba diestra pero irrespetuosamente ante el asombro beatífico de las devotas madres y acompañantas. Todo esto se conocía cuando personas serias y reposadas de hoy se reunían para comentar los recuerdos, cuando Felipe evocaba las bondades de don Aurelio, el religioso lazarista que fuera párroco de Miraflores cuando no había más iglesia que la del Parque Central –no existía aún la de San Vicente de Surquillo-, sin la Diagonal ni la avenida Larco, cuando existían los pinos y los ficus que “el progreso” trajo abajo. ¿Quiénes se beneficiarían con la abundante leña que se obtuvo con su caída?

Los años europeos de Benavides le permitieron recoger valiosa información en la London School of Economics, bajo la tutoría de Harold Laskie. Descubrió sorprendido que las telas de vicuña que se vendían en Europa se fabricaban con fibras que llegaban en fardos de alpaca: llegaban desde el Perú en la socorrida modalidad de contrabando. Esto pudo confirmarse hace muy pocos años, gracias a una información oficial japonesa. La tenacidad del curioso estudiante sudamericano, mantenida persistentemente a lo largo de cincuenta años, se vio premiada recientemente. Tuvo que luchar, como lo dijera en 1987 el entonces ministro Nicanor Mujica Álvarez Calderón, contra maniobras puestas en práctica por sórdidos intereses, promovidas desde el extranjero y vergonzosamente amparadas en el país.

La opinión pública ha expresado su reconocimiento a Felipe Benavides Barreda, un peruano diferente. Los peruanos de Lucanas, del Colca, de Paracas, del Manú, no olvidan sus visitas, preocupado por la suerte de la vicuña, de los lobos de mar y de los cóndores, del oso de anteojos y de la taruca, de las aves de dentro y de fuera. La historia recoge su patriótica audacia para lograr una multa de tres millones de dólares al todopoderoso armador griego-argentino Aristóteles Onassis, empeñado en una gigantesca cacería de ballenas en el Pacífico.

Argentina, Bolivia, Chile y Ecuador conocieron los empeños inauditos de Benavides por la conservación del camélido andino que ofrece la fibra animal más bella y más fina del mundo, concretados en el Convenio de la Vicuña., instrumento de integración latinoamericana que permitió un sonado éxito en la asamblea general de la Cites en Canadá, en 1987. El Perú y los países signatarios fueron autorizados para industrializar y comercializar telas fabricadas con fibra procedente de esquilas en vivo: así se lograba la desautorización y el rechazo mundiales a la torpe matanza de 8.045 vicuñas (hembras preñadas el 39 por ciento), ordenada por funcionarios que no han vacilado en acudir a recursos de cualquier índole.

No ha tenido éxito la innoble campaña montada con el propósito de maltratar a Felipe Benavides Barreda, el peruano diferente que permaneció en Londres como miembro del servicio diplomático del Perú, compartiendo con el pueblo británico los horrores de una guerra de dolorosa recordación. Se equivocaron quienes creyeron que podían doblegarle con agravios o con infamias; los que urdían campañas incalificables en el país y en el exterior, amparados en el anónimo y en la mentira, pretendiendo desacreditar al peruano diferente en los medios internacionales.

La fuerte personalidad de Benavides no ha podido ser mellada; por el contrario. En la Unión Soviética, en España, en Nairobi, en Jujuy, se respetaba y apreciaba al conservacionista natural, porque le conocían como un hombre identificado con la naturaleza, como lo reconocieran los que se preocupan por el medio ambiente, cuando se encontraron en Asís, junto a San Francisco, el patrono celestial de la ecología.

Al idear el Parque de Las Leyendas, cuando se radicó en el Perú en 1952, Felipe Benavides recordaba su niñez gozosa en el Parque de la Exposición, absorto ante los huéspedes del desaparecido zoológico, justamente indignado de la situación en que sobrevivían los moradores de las jaulas barranquinas. Durante la guerra, relataba, se respetaron los zoológicos, porque eran para los niños, que sabían con Winston Churchill. Cada viernes, los sábados y domingos, llegan miles de niños al zoológico de San Miguel, llegan las familias de Villa El Salvador, de Huaycán, de Carabayllo, de Ventanilla. En el Parque de Las Leyendas se encuentran gentes de todo el Perú, donde los limeños son minoría. Cómo se preocupaba el presidente del Patpal porque los niños peruanos también gozasen en el Parque de Las Leyendas. Así se le vio por última vez el 3 de enero, en vísperas de viajar a Europa para continuar con su lucha por la causa nacional de la vicuña, al servicio de las comunidades campesinas del Perú, afanado en consolidar la integración latinoamericana por medio del Convenio de la Vicuña.

Días antes de su fallecimiento, el reputado ecologista escribía en Lima sobre “ética ambiental y deuda externa”, opinaba en Londres sobre la hipocresía y deshonestidad que existe en el mundo de la conservación del medio ambiente. Había leído y releído a Juan Pablo II cuando hablaba de “la llamada cuestión ecológica” en Sollicitudo rei sociales, en su mensaje sobre el hombre y la naturaleza en ocasión de la jornada por la paz el 1 de enero de 1990.

Felipe Benavides Barreda, el peruano diferente, ha muerto en Londres el jueves 21 de febrero, sin bajar los brazos. Con su gesto, los brazos en alto saluda al Creador, que le permitió recrearse en su obra, que le concedió dones y talentos que puso al servicio de la comunidad. Dio testimonio, formó escuela, deja herencia, motivó envidias, aborreció bajezas. Su pasión, su amor indiscutible por el Perú hasta la intransigencia. Así lo conocieron y apreciaron en todas partes del mundo, donde se respetaba su autoridad como ecologista, su probada dedicación al medio ambiente universal.

Asumió con seriedad la responsabilidad que le correspondía, convencido que la crisis ecológica es un asunto moral, como lo proclamara en la ONERN en agosto de 1988. Sabía de la gran responsabilidad que tienen en sus manos los sectores dirigentes. Con la muerte de Benavides, ha desaparecido un peruano diferente.

(*) Diplomático, embajador del Perú en Jamaica y Nicaragua, fundador del Partido Popular Cristiano, dos veces alcalde de San Isidro y presidente ejecutivo de la Asociación Pro- Defensa de la Naturaleza (Prodena).

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